Almas hambrientas errantes y sin hogar
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Hoy camino al trabajo, he visto gente con aspecto de no tener un sitio a donde ir, cargando bolsas y bultos, deambulando por las calles, haciendo paradas y cuando la policía llegaba, se iban, disolviéndose como azucarillos en el café.
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Cuando por fin llegué a mi centro de trabajo, el 112, tras sentarme en mi puesto y ponerme los cascos, comencé a escuchar las voces de las personas clamando ayuda.
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Tuve que contener las ganas de llorar en alguna ocasión, cosa que se está volviendo habitual en cada turno, por la frustración, el dolor ajeno y la impotencia ante el sistema.
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Hay que intentar ayudar a aguantar el momento, cosa que no siempre es posible, porque el dolor del desamparo y abandono es difícil de calmar, sobre todo cuando sabes, que no se están poniendo todos los medios, ni recursos a disposición de quienes más lo necesitan, en tiempos donde la clase política no escatima en hablar de millones de euros en “ayudas”, para compensar el decretado “estado de alarma” y se prevé, que no llegará un céntimo a los nadie.
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Es frustrante y doloroso, aunque lo más sencillo es mirar para otro lado e ignorar esta realidad, tras la que existen multitud de personas.
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Dentro de todos estos dramas sanitarios por la pandemia, otras tragedias más, la de la gente que no tiene ingresos fijos y se busca la vida como puede, con la chatarra, vendiendo papeletas o inventándose alternativas para sacar adelante los platos de comida de su familia del día a día y en esta situación de alarma, lo tienen vetado.
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Es una realidad oculta la de estas personas invisibles a la sociedad, que con este encierro, no pueden sustentar la vida de los suyos.
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Para rematar en la pena, las más desamparadas, las personas sin techo. Los nadie, los que te llaman con desesperación por una ayuda, porque no saben a dónde dirigirse, porque no tienen a dónde ir, a pesar de las buenas palabras de los gobernantes de este decreto y de tantas restricciones, que no les han garantizado los medios, alternativas u opciones para recibir ayuda social, protección civil ni sanidad a tantas personas sin hogar.
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Nosotras como gestoras de emergencias, pasamos los avisos de ayuda social y las personas esperan en las calles. Pasan las horas y nadie les llama, vuelven a llamar una y otra vez, y no tenemos ninguna respuesta ni alternativa que dar. Igualmente sentimos indefensión ante la calamidad social, por no poder ayudarles. Es una malísima sensación no saber qué recursos hay y no poder ofrecerlos, cuando su esperanza eres tú tras el teléfono.
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Se sienten como seres apestados, fugitivos, asustados de la policía que va a su encuentro, al lugar donde se ha dado el aviso y les dicen que desaparezcan, con la única recomendación de que mantengan la distancia de seguridad.
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Todos estos escenarios forman parte de la cotidianidad en estos días “de clausura” y debería servir como análisis de cada una de las carencias que tiene este sistema despiadado “capitalista”, que tan poco piensa en el bienestar de las personas y tanta evidencia está dejando sobre lo mal que las cosas van.
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Ojalá que no se nos olvide, ojalá que despertemos nuestra humanidad y nos demos cuenta, que hay que cambiar el modelo de sociedad.
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Carolina Garrido
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