Eduardo del Campo. El Español. 28 agosto, 2022 02:15
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El 30 de abril de 1945, Adolf Hitler se suicida en su búnker en Berlín; el 7 y 8 de mayo, el ejército alemán se rinde. La Segunda Guerra Mundial ha terminado en Europa. Pero continúa la represión masiva en la España de Francisco Franco. Dos días después, a las siete de la mañana del 10 de mayo, Ramón Basilio Basilio, un cabrero analfabeto condenado a trabajos forzados en el 96º Batallón Disciplinario de Soldados Trabajadores Penados, se escapa de su campamento en los Pirineos de Huesca y se marcha camino de su pueblo en Cáceres, Garganta la Olla, en busca de su mujer y de su hija. Viaja escondido debajo de los asientos de un tren.
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No es el único que se arriesga para recuperar la libertad. El 14 de mayo, Julián Sánchez García, de Piedralaves (Ávila), se escapa de su destino como penado en Guadarrama (Madrid), el mismo día en que Paulino Fernández Romera, miembro del sindicato UGT de Salobreña (Granada), se evade de su tajo forzado en Lesaka (Navarra).
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En este mayo de 1945, la derrota del nazismo alienta entre los prisioneros las esperanzas de que caiga la dictadura de su socio español. Y se le multiplica el trabajo al capitán de caballería Pedro Gómez Gallego. Es el juez instructor de la Segunda Agrupación de Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores Penados, integrados por prisioneros republicanos de la Guerra Civil y jóvenes reclutas desafectos al régimen o sospechosos de serlo. Gómez Gallego es el hombre encargado de dirigir desde su oficina en el campo de concentración de Lora del Río (Sevilla) la búsqueda, captura y castigo de los fugados en esta Gran Evasión…
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Fuente: https://www.elespanol.com
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