Reflexiones tras la huelga de Acerinox: el precio de la libertad
Por Juan José Uceda Piñer
Ha pasado un año y medio de la huelga de Acerinox, y aún cuando escucho 135 días, me entran ganas de corregir al interlocutor: Los días sin remunerar después de 4 meses y medio se convierten en eternos.
¿Mereció la pena?
Para mí, SÍ. Tan solo me he sentido tan libre en dos ocasiones en mi vida:
La primera, subido en las torretas de alta tensión, tan cerca del cielo, tan cerca de poder tocar las nubes.
La segunda, defendiendo mis derechos en la huelga de Acerinox, la cual mermó definitivamente mi poder adquisitivo, obligándome a retomar los trabajos fuera de fábrica.
Pero, a pesar de todo lo ocurrido y de la merma económica que aún no he logrado recuperar, mereció la pena.
Ahora tengo que escuchar —y hacer oídos sordos en muchas ocasiones— a lⒶs trabajadoras ya acomodadⒶs dentro del ámbito de trabajo, que sostienen que la huelga fue una pérdida de tiempo. Pobres ilusos, pienso, nunca conocerán la verdad dentro de las mentiras de Acerinox y, lo que es peor, nunca conocerán la libertad.
“¡No estáis solos!”, bonito grito de guerra. La Marea Amarilla no abandona a su comité; todo ha quedado en papel mojado.
¿Pero mereció la pena realmente? Vuelvo a reafirmarme: SÍ. La libertad no se compra, se negocia. Y yo sigo libre.
Después de ver el resultado de las elecciones sindicales, yo sigo siendo libre. La gran cantidad de trabajadoras de Acerinox se ataron ellas solas sus propias cadenas. Han elegido cargar sus pulmones con aire viciado; yo sigo respirando aire puro, libre y casi tocando las nubes.
Tan solo quien tenga capacidad para entenderlo dará su apoyo el día 9 en el injusto juicio del compañero. LⒶs demás podéis seguir sentadⒶs viendo la televisión, sin ser capaces de entenderlo.
Alguien olvidó que el fuego lo guardo yo.
Guille Galván