Desde mi ventana al mundo
Atiendo llamadas de emergencias. Puedo decir que es un trabajo bonito.
Cada vez que descuelgas el telefono se crea la posibilidad de hacer algo por alguien, se crea por un corto espacio de tiempo, un contacto intimo.
Recibo a la gente cuando esta desesperada, nerviosa o destrozada. Cuando se siente perdida, violenta o es malhablada. Las variadas emociones humanas se alteran en los momentos de crisis y yo que atiendo a esas personas con sus emociones alteradas, trato de aguantar el momento sin perder los nervios, intentando calmarlas, tratando de obtener los datos necesarios para que puedan ir a ayudarlas.
En medio de ese alterado equilibrio, sufro mi propio desgaste, que solo yo percibo. Siento como me debilito, merman mis fuerzas. Siento como me duele la cabeza, no puedo concentrarme. Van pasando las horas de cada turno y sigo atendiendo llamadas con una sensación de desamparo que me invade, porque es inhumano como nos obligan a trabajar, dandome cuenta que solo a nosotros, los que atendemos las llamadas nos importa el servicio.
Trabajo para unas personas a la que las personas no le importan nada. A las que en su balance anual, la casilla preferida es la de los beneficios.
Para las que trabajar seis dias seguidos, soportando unas pésimas condiciones ambientales de un ruidoso edificio, no tiene ningun significado porque en nombre de las necesidades del servicio, alzan el latigo, intentando doblegarte? para que no puedas pensar y sigas girando en la noria como un animal de tiro.
Esta es la realidad invisible de los servicios de emergencias en Andalucia
Carolina Garrido
rn