Camino por la calle y observo las caras de la gente. Me sorprende ver tantos semblantes tristes.
rnrn
Me detengo ante un puesto de frutas. Escucho sin querer la conversación que discurre.
rnrn
Vuelve a captar mi atención la misma pregunta.
rnrn
-¿Estás trabajando?
rnrn
Si, me han llamado para un contrato de dos semanas. Aunque me han dicho que sólo me pueden dar de alta media jornada.
rnrn
-Es lo que hay- responde la señora, encongiéndose de hombros, convencida de sus palabras.
rnrn
Sigo mi camino acompañada de la frase “Es lo que hay”, taladrándome la mente, percibiendo un sentimiento de rendición generalizado.
rnrn
Me cuesta aceptar esa indiferencia.
rnrn
Como consecuencia de ello siento que camino en un mundo de indiferentes, donde vagamos deshumanizados sin cuestionarnos
rnrn
qué podemos hacer para cambiar las cosas. ¡Me pregunto por qué esta tendencia tan generalizada!
rnrn
Sigo caminando y percibo la misma conversación que se repite incontables veces.
rnrn
Camino hasta la plaza y frente a un gentío me detengo. Se oyen voces gritando, banderas ondeando al viento,
rnrn
gente haciendo sonar pitos delante del Ayuntamiento.
rnrn
Se me eriza el vello y un atisbo de esperanza recorre mi cuerpo y por fin siento que no todo está perdido.
rnrn
rnrn
rn