Barricada de Papel nº22: Melilla, territorio hostil para menores no acompañados

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Cuando estuvimos en Melilla, nos acercamos una de las noches a acompañar a Maite en su reparto de comida. Ella cuenta con muy pocos recursos, apenas 30 euros al día, para alimentar todas las bocas hambrientas por las que ella lucha a través de su ONG.

¡Me gusta formar parte de un sindicato que apoya y ayuda a gente como ella! Otra organización colabora dándole fruta.

Con ese escaso dinero, intenta preparar cada noche algún sustento, para que los niños de la calle, puedan llevarse algo a la boca. Panes y algunos días comida caliente, como guisos, potajes o jarera (sopa marroquí).

Lo primero que me llamó la atención, fue ver la calma y paciencia que todos aquellos niños demostraban, haciendo cola antes de que ella llegara.

Cuando Maite llegó en su desvencijado coche, la sonrisa de aquellos niños iluminó aquella oscura calle. Ella se bajó, sacó una pequeña mesita de camping y colocó encima de ella la caja con los alimentos que traía para el reparto. Fuimos a ayudarla y vimos como con celeridad, algunas mujeres se colocaron al lado de la mesa.

Había muchos rostros infantiles hambrientos esperando, mirándonos. ¡Era muy duro sostener la mirada a aquellos niños!

Uno de ellos, apenas hablaba español. Tenía varias heridas en la cara y se quejaba de dolor de muelas. Tenía la dentadura muy deteriorada. Solo pude darle un ibuprofeno que llevaba en el bolso. El niño movía la cabeza agradecido. Se tomó el ibuprofeno y observé cómo masticaba despacio por el otro lado de la boca.

Los panes se iban repartiendo,  pero lo más curioso y lo que más estupefacción me causó fue descubrir, que aquellas mujeres eran de una orden religiosa e iban hasta allí, con sus manos vacías, para repartir la escasa comida que Maite había conseguido reunir, y la verdad, aunque ella acepta cualquier ayuda,  me pareció un acto indecente, visto desde cualquier perspectiva, no importaba cual.

Aún hoy, cada vez que recuerdo aquella noche, se me revuelven las tripas, recordando la naturalidad de la indecencia con la que aquellas religiosas, en nombre de dios, ayudaban a los más necesitados con los escasos recursos de otros.

 

Carolina Garrido

 

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