Los números de asesinadas siguen subiendo. En un mundo donde las estadísticas a menudo sustituyen a las historias humanas, existe un peligro palpable de que los nombres de las mujeres y sus criaturas víctimas de asesinatos y muertes violentas se desvanezcan en la maraña de cifras. Que sus nombres no se conviertan en números y estadísticas es no solo un deseo sino una exigencia, una responsabilidad colectiva que debe resonar en cada esquina de nuestra sociedad.
Nuestro calendario de feminicidios hasta septiembre no es meramente un registro cronológico. Es una crónica de la tragedia y la deshumanización, un esfuerzo por transformar la abstracción numérica en una narrativa que convoque a la acción. Cada número en este calendario es un recordatorio angustioso de una vida truncada, un futuro robado, un potencial inexplorado. Pero más allá de eso, cada número es un llamado a enfrentar una cultura que todavía no ha erradicado la violencia de género de su tejido.
Las estadísticas son herramientas necesarias para entender la magnitud de un problema, pero no deben borrar la humanidad de las víctimas. Al evocar sus nombres, resaltamos su individualidad y subrayamos el vacío irreparable que dejan en nuestras comunidades. Convertir estas estadísticas en nombres es devolverles su identidad, reconociendo que cada una de ellas tenía sueños, aspiraciones y personas que las amaban.
Este calendario nos reta a preguntarnos: ¿Qué estamos haciendo como sociedad para prevenir estos asesinatos? ¿Cómo podemos cambiar nuestra cultura, nuestras leyes, y nuestras prácticas diarias para asegurar que ninguna mujer o niña tenga que convertirse en otra estadística? Y más importante aún, nos insta a actuar, a no dejar que estos nombres se disuelvan en el olvido.
Que esta herramienta sirva como un manifiesto y un mapa de ruta hacia un mundo más justo y seguro. Y que cada número que se añade a este sombrío registro impulse una oleada renovada de acción y compromiso.
